13 agosto, 2008

UN RELATO POLICÍACO (Imre Kertész) Y EL PREMIO NOBEL

Como ya sabréis al escritor húngaro Kertèsz le otorgaron el Nobel de Literatura en el año 2002. ¿Qué es lo que significa esto? ¿Dice más de su obra o de su trayectoria político-ideológica?¿Ha sido siempre así?
La verdad es que cuando leí Un relato policíaco y decidí en plena agitación postliteraria
que escribiría sobre él, no se pasaron por mi cabeza de chorlito ninguna de estas tres preguntas. Fue el primer texto de Kertész que leí y, francamente, me hipnotizó. El hechizo duró apenas un par de horas (ciento cuatro páginas en la edición de Acantilado) y no se debió a exquisiteces del lenguaje, ni a la magia de la histora. Básicamente porque no es un libro de esos.
El abogado de Antonio Rojas Martens, un miembro de la policía secreta cuya ejecución está próxima, es el encargado de introducir esta crónica tan sencilla como atroz (palabras muy acertadas del protagonista) La dictadura de un supuesto país sudamericano ha llegado a su fin, y ahora toca pagar los platos rotos. Martens cuenta, como único responsable detenido que es, la verdadera historia del expediente Salinas, dos personas, padre e hijo, a quienes asesinaron años atrás él y sus dos compañeros, ahora desaparecidos. El título de la novela es, aparentemente, tan soso como su argumento. Pero no es sosedad, no… Es concisión, frialdad, dureza y crudeza. Tal vez algo más que todo eso. Algo inquietante. El verdugo no se arrepiente de lo pasado y lo cuenta como si llevara ya años muerto. Esto, unido a la relativa miga que tiene la historia, da para quedarse uno satisfecho cuando cierra el libro. Al margen, si uno quiere, de profundizar en la sordidez del alma humana. Eso para gustos.
En una escala del uno al diez, os lo recomiendo un siete largo (lo he dudado un rato) Quizás no parece mucho, pero bajo mi criterio eso es bueno. Vamos, que volvería a leerlo si no lo hubiese hecho ya…

Volviendo a las preguntillas de antes…¿Vosotros qué opináis? Fue el sábado por la noche cuando ese abismo se abrió bajo mis pies, tras una interesante y breve conversación sobre Saramago y los que con él comparten la herencia. Yo estaba blanca de ira ante las críticas vertidas, pero para gustos colores, faltaba más. Obviando este pequeño desacuerdo no supe qué pensar de lo que se me estaba diciendo, todo ello perfectamente resumido en la brillante frase “si un año de estos le dan el Nobel a Paulo Coelho, nunca más compro un libro”. Es una exageración, pero no es descabellado que se lo acaben dando (¿o pensáis que sí?) y, hecha la sentencia, me asalta la duda. Sospechaba yo que no he leído a demasiados Nobel y, para confirmarlo, me he mirado la lista. He leído a Mann, Hesse, Faulkner, Hemingway, Camus, Sartre, Boll, Bellow, García Márquez, Golding, Mahfuz, Cela, Oé, Grass, Lessing y ahora Kertész. Identifico a una docena más (de algunos de estos he leído incluso algunas páginas. Ejemplos: Steinbeck, Coetze, Kipling y Yeats. Sólo puede que lo reintente con Steibeck y Kipling) No hablaría bien de todos, si me pusiese a ello. ¿Se premia el pseudointelectualismo, la pretenciosidad y pedantería? Yo no diría tanto, sólo algunos encajan en esas características, creo. ¿Se premia la calidad literaria? Bueno, los hay que me gustan más y también otros que me gustan menos. ¿Se premia la aportación moral de las obras a la humanidad? Parece que los tiros van más un poco por ahí, ¿no creéis? A algunos de estos escritores se les supone cierta superioridad en ese ámbito por sus vivencias pasadas. En fin… ¿Adónde quiero llegar con todo esto? Para ser sincera, no lo tengo demasiado claro… pero me apetecía divagar sobre ello. ¡Es el Nobel de Literatura! ¿No echáis de menos a nadie por su calidad para contar simplemente historias? ¿Creéis que el Nobel va de otro rollo? ¿Veis factible que se lo den a Coelho dentro de unos años?

01 agosto, 2008

BILLY BATHGATE. (E. L. Doctorow).

Esta es la historia de Billy, un chaval de quince años a quien le ha tocado vivir en el Bronx de los años treinta. Supongo que no es necesario aclarar que se trata de una historia de gangsters. Billy vive, como los otros chicos del sórdido barrio donde siente estar desperdiciando su tiempo, fascinado por esa vida que transcurre fuera de la ley, por los hombres de trajes cuyo corte tiene como fin disimular la sobaquera que esconden debajo, soñando ser admitido algún día en la banda de Dutch Schulz, el Holandés, jefe de una de las bandas más poderosas de Nueva York. Schulz tiene en el Bronx uno de sus principales almacenes de cerveza, lo cual le proporciona a Billy la oportunidad de llamar su atención. La suerte se pone de su lado y poco a poco, como en Uno de los nuestros, el todavía adolescente Billy consigue hacerse con un puesto en el grupo. Son sus ganas de prosperar y su curiosidad las que le llevan a ser testigo del asesinato de otro gangster a bordo de un barco, momento del que parte Doctorow para contar su historia, que es también la de la caída del Holandés.

Dicho esto, me da la impresión, podría parecer que es más de lo mismo, la historia de siempre. Pudiera ser así, no sabría argumentar lo contrario. Pero ¿qué queréis? Desde que me leí El Padrino hace unos cuatro o cinco años ninguna otra novela de esta temática ha caído en mis manos, así que la he disfrutado un montón. Y, aunque hubiesen caído más, tengo la íntima sospecha de que me habría gustado igualmente. Si te gusta una, ¿por qué no te van a gustar las otras? Cada una tiene sus encantadoras particularidades… Hay una forma de hacer novela que da grandes resultados, aunque suene a parvulario nombrarla, que no siempre se respeta por alguna misteriosa razón y que consiste en “contar historia-desarrollar personajes”. Son los escritores que le pillan el truco a esta complicada receta (que esnob me ha quedado la frase, que esnob decir “esnob”) quienes me hacen tilín. Es inevitable. Y, claro, Doctorow, por lo que he visto, es de esos. Los hay mejores, o por lo menos me lo parecen a mí, pero eso no le resta el más mínimo mérito porque tiene el don de la efectividad: engancha, crispa los nervios, sabe jugar. Tal vez más adelante repita con él… Tengo una tremenda curiosidad.
Éste forma parte de todos esos escritores americanos contemporáneos cuya existencia, pobrecilla, desconocía. Y no digo “pobrecilla” sólo por lo triste que pueda resultar la ignorancia en sí, sino porque ¡ay! Lo que me estaba perdiendo… ¿Cuántos se me quedarán en el tintero? ¿Y cuántos europeos? Me da grima pensarlo…